Leído en la apertura del Programa 3
Una vez por semana, el hincha huye de su casa y asiste al estadio.
Flamean las banderas, suenan las matracas, los cohetes, los tambores,
llueven las serpientes y el papel picado; la ciudad desaparece, la
rutina se olvida, sólo existe el templo. En este espacio sagrado, la
única religión que no tiene ateos exibe a sus divinidades. Aunque el
hincha puede contemplar el milagro, más cómodamente, en la pantalla de
la tele, prefiere emprender la peregrinación hacia este lugar donde
puede ver en carne y hueso a sus ángeles, batiéndose a duelo contra los
demonios de turno.
Aquí, el hincha agita el pañuelo, traga saliva, glup, traga veneno, se
come la gorra, susurra plegarias y maldiciones y de pronto se rompe la
garganta en una ovación y salta como pulga abrazando al desconocido que
grita el gol a su lado. Mientras dura la misa pagana, el hincha es
muchos. Con miles de devotos comparte la certeza de que somos los
mejores, todos los árbitros están vendidos, todos los rivales son
tramposos.
Rara vez el hincha dice: «hoy juega mi club». Más bien dice: «Hoy
jugamos nosotros». Bien sabe este jugador número doce que es él quien
sopla los vientos de fervor que empujan la pelota cuando ella se duerme,
como bien saben los otros once jugadores que jugar sin hinchada es como
bailar sin música.
Cuando el partido concluye, el hincha, que no se ha movido de la
tribuna, celebra su victoria; qué goleada les hicimos, qué paliza les
dimos, o llora su derrota; otra vez nos estafaron, juez ladrón. Y
entonces el sol se va y el hincha se va. Caen las sombras sobre el
estadio que se vacía. En las gradas de cemento arden, aquí y allá,
algunas hogueras de fuego fugaz, mientras se van apagando las luces y
las voces. El estadio se queda solo y también el hincha regresa a su
soledad, yo que ha sido nosotros: el hincha se aleja, se dispersa, se
pierde, y el domingo es melancólico como un miércoles de cenizas después
de la muerte del carnaval.
(de "El fútbol a sol y sombra")
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